“El simulacro nunca es aquello que oculta la verdad:
es la verdad que oculta que no existe ninguna.
El simulacro es cierto»
¿Qué sucede cuando todo lo que creemos que es real, nos dicen que realmente no lo es? Eso es lo que Baudrillard escribe en su libro Cultura y simulacro. Dice que, en la época actual, lo que pensamos que es una realidad, es una mentira y lo que vemos ahora, sólo es una capa que cubre el hecho de que nada existe.
A la construcción de estas nuevas “falsas realidades”, les dio el nombre de simulacros; las falsas realidades son los nuevos entes controladores de nuestras mentes, disfrazados de símbolos e imágenes, tratan de representar algo que no hay. Pero, ¿a qué se refiere Baudrillard con simulacro?
Cuando pensamos en una simulación, quizá se nos vienen a la mente experiencias virtuales donde se colocan lentes y se finge estar dentro de una realidad diferente, viajando a miles de lugares, convirtiéndonos en otra persona.
Otra forma de vivirlo son los videojuegos. Simulamos estar dentro de un coche lanzando caparazones de tortugas para derrotar a nuestros enemigos o podemos ser un elfo en busca de nuestra princesa.
Es divertido tener todas estas posibilidades, pero el simulacro no es tan inocente como se piensa, detrás de él hay una cara oscura que manipula todo lo que vemos. Para hacer consciente esta cara, debemos primero buscar el origen…
Disimular y Simular
La palabra simulacro lleva detrás de sí, las palabras “disimular” y “simular”, que, aunque pudiera pensarse que son parecidas, tienen significados diferentes.
Disimular y simular. Estos dos conceptos crean la ilusión ante nosotros; pero, ¿Cuál es la diferencia?
Disimular es fingir no tener lo que se tiene, y simular finge tener lo que no se tiene. Uno remite a una presencia y lo otro a una ausencia.
Simular, no es sólo actuar como si existiera o se fuera de una manera, es crear en sí mismo acciones que hicieran real lo que se está simulando.
Suena muy raro y complejo, y para que entendamos mejor la diferencia entre disimular y simular.
La historia de Évila
Évila es una mujer adulta, de complexión morena y linda actitud, es como cualquier persona que te encuentras en el metro, es la amiga en Facebook que no sabes cómo y por qué tienes agregada, pero que le da like a tus fotos. En general, es otra mujer, como tú o como yo, pero Évila, tiene un gusto muy particular y nada escondido…
A ella le fascina el ánime, es lo que se conoce como una otaku, que es una palabra japonesa que sirve referirse a personas que están obsesionadas con la cultura japonesa y, sobre todo, consumen anime y manga, que son los cómics/series japonesas (no me odien otakus, soy una de ustedes). Seguramente también los ubicas como frikis.
Ella lo ha visto todo, desde el anime más culto como Berserk, hasta lo más romántico como Paradise Kiss. Pero su corazón está sentado en uno en particular, Sailor Moon.
En Sailor Moon, las heroínas son llamadas sailor scouts, protectoras lunares que salvan a la humanidad de las fuerzas del mal. Pero, sobre todo, Évila admira con devoción a la heroína principal, llamada “Serena”. La lleva a todos lados, en un pin, un llavero, en el fondo de su celular; no hay espacio donde no esté Serena… pero, eso no logra satisfacer por completo su sed de devoción. Su fijación obsesiva la ha llevado a hacer más que eso para cumplir su fantasía.
No sólo quiere tener todo de Sailor Moon, necesita ser, verdaderamente, ella
Comenzó por comprar pelucas, rubias como el personaje, luego todo el conjunto de falda y blusa, hasta el arma con la que pelea contra enemigos. Ha logrado imitar la forma en la que habla, para poder salir a la calle y luchar en el nombre de la luna.
Pero Évila, no tiene la apariencia ni de una asiática, mucho menos de un personaje animado, y esto sólo la conflictúa y obliga a hacer cosas más extremas. Cubriendo su tono de piel con bases de maquillaje más claras, maquillándose ojos más grandes, usando pupilentes para tenerlos azules; horas de transformación que siguen sin ser suficientes.
En esa búsqueda de lograr hacer real esta fantasía, se somete a cirugías estéticas, que la harán ver lo más parecida a los personajes animados. Ella disimula, y no sólo con cosas materiales, también alterando por completo su apariencia. Finge no tener lo que en realidad si tiene.
Ella tiene un tono de piel oscuro, cabello negro, edad aún más avanzada y, sobre todo, una nacionalidad que ni si quiera existe.
Ya logro disimular una parte de ella, pero también es capaz de simular lo que no se tiene. Su vida.
Su admiración hacia la cultura es tan enorme que ella ha creado toda una curaduría de su cuarto, para que parezca Japón; posters llenos de imágenes de lugares turísticos, libros en kanji, todo lo más estereotipado que nos remota a ese país. Ella tiene el cuarto de Serena, pero en la alcaldía Benito Juárez.
Ella no es de Asia, mucho menos de Japón, es una chica que vive en Latinoamérica cuyos días cotidianos se basan en escuchar al vendedor de camotes a las 8:00 de la noche. Pero decide simular.
Desde nuestro punto de vista, sabemos que ella finge tener lo que en realidad no tiene, pero en su círculo social, esa es su realidad. Aunque su realidad sea más bien un simulacro.
Baudrillard tiene un ejemplo similar. Imaginemos a alguien que finge tener una enfermedad. Como el niño que no quiere ir a la escuela, que se esconde en la cama y actúa como si estuviera enfermero.
Él simula tener todos los síntomas; logra tener y presentar una temperatura anormal; mentalmente se convence a sí mismo. Y así la simulación nos hace preguntarnos la diferencia de lo verdadero, lo falso y lo real.
El que simula estar enfermo ¿realmente lo está? Si presenta todos los síntomas, no se le puede tratar ni como enfermo, ni como no enfermo.
El simulacro es capaz de hacernos creer que lo que vemos es real, no se puede negar, visualmente lo vemos y lo sentimos, por eso juega con nuestra percepción de la realidad, a tal grado que se nos olvida que jamás existió o que no es verdadero. ¿Realmente podemos negarle a Évila que no es un personaje de Sailor Moon como al niño de que no está enfermo?
Los simulacros tienen muchas maneras de engañar y no ser descubiertos.
Los niveles del simulacro
En su libro Simulacros y simulación, Baudrillard describe tres tipos de simulacros. El primero es el de la época clásica, que él tacharía como el Renacimiento en el año 1400, donde se habla de un simulacro mimético que se basa en imitar la naturaleza. Retrata una verdad original mediante la copia.
El segundo simulacro es de la época industrial, alrededor del año 1700, donde todo es seriado debido a que el original se ha mercantilizado; la era donde la máquina volvió todo un producto reproductible y con valor de venta masivo.
Y el último, el simulacro de Baudrillard, donde aún si se finge ser algo, éste ya no existe bajo la premisa de la imitación de la realidad; más bien la supera. Se convierte en hiperrealidad, que aniquila aquello que copia, lo supera y sustituye convirtiéndose así en una nueva realidad.
La pornografía es más sexual que el sexo,
el obeso que es más gordo que lo gordo,
la hipercomunicación que es más comunicativa
que la comunicación.
La manera en la que asesina al original, es cautelosa pero invasiva. Lo estereotipado logra escabullirse como un arma letal.
Más mexicano que lo mexicano
Un turista que visita México, ha vivido casi toda su vida con una imagen clara y repetitiva de lo qué es un restaurante mexicano.
Él lo describe como un sitio lleno de colores, mariachi, meseras con vestidos tradicionales. El menú está lleno de tacos, pozoles y tal vez, un joven mesero los reciba cantando Viva México.
Los turistas son felices en este tipo de sitios, porque en su propia realidad, ellos han visitado lugares así. El choque de realidad sucede cuando, en México no van a un restaurante-simulacro, van a un restaurante común. Ni los colores ni las meseras se ven como la imagen que tenían de un “típico restaurante mexicano”.
Un sitio modesto, y en muchos casos, invadido por la realidad social de la comunidad. Esto genera un reproche por parte de ellos, porque no son capaces de satisfacer su necesidad visual, y para no perder a este público, muchos restaurantes han sido obligados a ser lo que no eran, de convertirse en la copia de ellos mismos, que ni si quiera crearon. Simulan algo que no eran, un ideal inexistente.
«Vivimos en un mundo de simulación, en un mundo
en el que la más alta función del signo es hacer
que desaparezca la realidad y, a la vez,
esconder esta desaparición”.
Bienvenidos a la hiperrealidad
La simulación ha logrado crear modelos de algo real que no tiene origen, es una hiperrealidad. La vida, no es vivida, es hipervivida. No es directa, aunque tocamos y vemos las cosas como son, se disfrazan porque han sido modificadas y alteradas. Son representaciones que han llegado a ser más real que lo propio real.
Es fácil caer ante sus “falsas” creaciones, porque no nos hemos dado cuenta, que, según Baudrillard, ya no existe una verdad. El mundo lo re-moldeamos y re-definimos según lo que pensamos que es real. En el proceso se han agregado signos que hacen al mismo mundo verificar su autenticidad. Imágenes, cosas, que nos hacen creer que sí es lo que es. Quizá un simulacro más actual, sería el de las relaciones.
Construimos el amor a base de actos, signos e imágenes que nosotros consideramos que es el verdadero amor. Aquel que ama, te dará obsequios; aquel que te procura actuará siempre a favor de ti. Una vez puesta la etiqueta de “una relación”, muchas veces, el simulacro comienza a rodar.
Actuamos de una manera y pensamos de otra; y existe un proceso que lo válida. Comienza con una pareja, luego el compromiso y finalmente una familia. Todo esto potencializado gracias a los signos. Un anillo “representa” un signo de compromiso, incluso si realmente no lo hay. Todo lo que es actuado, es lo que lo ha definido.
Y esto es aún más real si logramos publicar nuestra vida amorosa ante millones de personas, por unos likes. Es vista y consumida por otros. Pero, sobre todo, es perfecta.
El gran poder que tienen las redes en la posmodernidad, no se puede no mencionar. Porque aunque sirve para alienar a millones con un simulacro, también lo establece para moldear verdades.
Los llamados influencers son ahora quienes también llevan la batuta. Logran pulir toda una visión construida de ellos, un simulacro de su propia vida. La ropa que usan, las fotos que suben, lo que dicen y callan. Aunque no lo queramos, estamos absolutamente a su merced.
Todo lo que los influencers han creado, lo anhelamos. Comenzó con ese like a un post, y ahora compramos lo que promueven, pensando que la vida cambiará y se verá como la suya.
Es verdad, no podemos tacharlos como los únicos culpables, ellos también son títeres movidos por alguien más grande, pero su actividad —o inactividad— en reproducir simulacros son igual de críticas que cualquier cosa.
Aunque detrás de ellos existe una persona, también una identidad propia, igual que la nuestra; han sido modificados y editados, para vendernos todo lo que a ellos mismos les ha afectado durante mucho tiempo.
Son personas negando haber pasado por un proceso quirúrgicos, utilizar Photoshop para hacer unos glúteos más grandes, labios enormes, fotos de viaje e imágenes donde siempre se es feliz. TikToks de estilos de vida en el campo, —cottage—, ser ama de casa, gente fingiendo ser un personaje ficticio.
Son el pan de cada día de la humanidad. Y nada es trivial.
Todo lo que no sea igual a lo que nos venden —literal y simbólicamente—, sólo son errores que encontramos al girar la cabeza y mirar nuestra vida. Lo que vimos, nunca será suficiente y tampoco será igual.
Aun si detrás de ello sólo hay frialdad y falsedad, nosotros lo vemos como un nuevo dogma de fe, y estamos dispuestos a hacer cualquier cosa para seguir obedeciendo.
Podríamos creer que vivimos en un mundo que nos da esa libertad, que podemos tener nuestra propia realidad y vivirla como nos dé la gana. Pero esa libertad es el simulacro más grande de todos.
Como personajes dentro del SIMS, somos controlados por medios, quienes juegan con nosotros, impulsando nuestras necesidades y deseos. Abusando de nuestras debilidades e inseguridades.
¿Crees que tú no deseas nada? No te preocupes, pronto crearan algo para que lo hagas. Recordando una frase de Zizek, el problema para nosotros no es si nuestros deseos están satisfechos o no, el problema es cómo sabemos que los deseamos realmente.
Vivimos dentro de una ilusión de continuos simulacros, uno tras otro, temerosos de ser capaces de reconocer si algo es real. Algunos no han logrado escapar de entre sus garras.
Y así, al igual que Truman, estamos subiendo la escalera para ver el simulacro de nuestra vida.