Leer libros en la era de la constante distracción

Birkerts acuña sus propios términos: la “lectura vertical” la lectura de profundidad, esa que nos transforma en personajes o nos sacude el alma; ha sido suplantada por la “lectura horizontal”, rozando la superficie, simple información que es consumida como cualquier otro producto.  
leer libros en la era de la constante distraccion

“Leo libros para leerme a mí mismo”, escribió Sven Birkerts en The Gutenberg Elegies: The Fate of Reading in an Electronic Age

Birkerts temía que las mieles de los libros impresos estuvieran en peligro de extinción: la privacidad, la valoración de la conciencia individual y la conciencia de la historia, no solo los hechos. 

“La literatura tiene significado, no como contenido que se puede resumir y resumir, sino como experiencia” jaja, y henos aquí… 

En 1994 a Birkerts le preocupaba que la distracción y la superficialidad ganaran en la ya visible era tecnológica.

La disminución de la lectura —de la lectura sostenida y la escritura como producto de una sola mente enfocada— disminuiría a su vez el yo, haciéndonos cada vez menos capaces de captar, tanto la amplitud de nuestro mundo, como la profundidad de nuestra propia conciencia.

Para Birkerts, como para muchos lectores, la idea de tal pérdida es devastadora, pero no hay que ser tan santurrones y masoquistas. 

El ataque frontal a la tecnología es un lugar común y cómodo en tiempos en los que nuestra atención es vendida burdamente a empresas que buscan vendernos algo, pero Birkerts no lo aborda desde ahí. 

En Las Elegías de Gutemberg, Birkets se enfoca en el presente, y no tanto en esta mirada masoquista. Al escribir con elocuencia sobre su propia vida como lector y la resistencia electrónica, Birkerts nos recuerda que esa vida vale la pena, es deseable y, lo que es más importante, aún posible. Ante lo que podemos perder, él privilegia lo que aún podemos ganar.

La Elegias de Gutemerg fue publicado en 1994. Más de un cuarto de siglo después, ¿Cómo nos ha ido? Muchos talleres de impresión y casas editoriales hacen intentos torpes por pagar sus nóminas, cada día se publican más libros y cada vez leemos menos. 

La aplicación Wattpad y Amazon ya están publicando libros elegidos por algoritmos y hay tutoriales en YouTube sobre “cómo escribir un libro y ganar dinero con CHAT GPT”.

Quizás el mayor peligro que se le presenta a la literatura no es ninguna tecnología novedosa o la evidente pérdida de capacidad para concentrarnos, sino la simple y antigua codicia humana.

A medida que cada nueva tecnología se normaliza, los teléfonos “inteligentes”,  Alexa y Siri nos dicen qué hora es y qué clima hay; nuestra capacidad para rechazar “ofertas” y “sugerencias” disminuye. 

Soy a la vez parte y no parte de esta nueva generación. Nací en 1992, dos años después del desarrollo de HTML. No tuve una computadora en casa hasta que estuve en preparatoria (no había plata).

Recuerdo el pitido doloroso de una conexión de acceso telefónico, aunque solo débilmente. Facebook se lanzó cuando terminé a la secundaria y trabajé en Blockbuster cuando tenía 17 años. Recuerdo mi infancia y adolescencia aún sin Internet; sé íntimamente que tal mundo existió y tuvo sus ventajas.

Pero también soy de la generación que necesita los medios digitales para poner pan en la mesa. Tuve la fortuna de nacer en una familia de editores y mi acercamiento los libros fue heredado y natural. Es un privilegio.

El poder del libro impreso

Recordando los libros que tuvieron impacto en su vida, Birkets escribe: 

A través de la lectura y la vida, me he hecho gradualmente a prueba del embeleso total en los autores. Sin embargo, son tan vívidos mis recuerdos de ese embelesamiento, ese sentido de consecuencia –en a lectura–, que tontamente sigo esperando que vuelva a suceder”. 

El estado elevado provocado por un libro, en el que uno está “presente activamente en cada momento, escribiendo y construyendo”, es lo que buscan los lectores, argumenta Birkerts: 

Quieren trama y personajes, claro, pero lo que realmente quieren es un vehículo…” 

La soledad es lo que Internet y las redes sociales pretenden aliviar, aunque a menudo tienen el efecto contrario. No leemos las mismas noticias; ni siquiera vemos los mismos memes. Nuestros teléfonos nos entregan una destilación personalizada de titulares, chistes y fotografías. Incluso los anuncios que vemos no son los mismos que los de nuestro vecino: un telescopio y una colección de Juan Rulfo me ha seguido de un sitio a otro durante semanas. 

Es curioso que le llamemos “feed” a la página inicial de nuestras redes, aunque no alimentan nada

El argumento de Birkerts (y el de cualquier lector que se respete) tampoco es que los libros alivian la soledad: reclamar un objetivo compartido entre los libros y cualquier medio digital es perder la lucha por la lectura antes de que comience.

El poder del libro impreso es justamente que no es entretenimiento

El poder del libro impreso reside en la forma en que nos vuelve hacia adentro y hacia afuera, todo a la vez. La conexión que buscamos, escaneando títulos o pasando páginas, no es con los demás, ni siquiera con los otros, no es con los que escribieron las palabras que leemos, sino con nosotros mismos. La mejor de nuestras capacidades, la más difícil y dolorosa, pero también la más satisfactoria. 

No es que no leamos, leemos por consumir 

Nadamos en lectura; publicaciones de nuestros amigos, memes, WhatsApp, tuits y leemos estos materiales una sola vez, leemos rápidamente, y seguimos adelante. 

En este intento por mantenernos a la vanguardia se hace todo lo posible para que los libros sigan siendo productos de consumo, que se acumulan en nuestros libreros o en las charlas pedantes donde se señala “lo que tienes que leer”. 

Videos virales en Tik Tok donde se dice qué libros puedes leer en una tarde porque son “muy cortos”; comencemos con “El extranjero de Albert Camus”.

Mientras que las editoriales buscamos montarnos en los nuevos formatos para conservar lectores, por ejemplo el audio libro. En mi opinión los audiolibros son otra herramienta para mantener al lector consumiendo textos en lectura horizontal, en lo que lavamos los trastes o en lo que somos seres humanos.

Leer por encimita 

Birkerts acuña sus propios términos: la “lectura vertical” la lectura de profundidad, esa que nos transforma en personajes o nos sacude el alma; ha sido suplantada por la “lectura horizontal”, rozando la superficie, simple información que es consumida como cualquier otro producto.  

Este cambio en la forma que leemos solo se ha acelerado vertiginosamente en el tiempo transcurrido desde que Herman Hesse escribió El Lobo Estepario en 1927, desde que Birkerts escribió en 1994, y desde que escribí ayer el párrafo anterior.

La lectura horizontal gobierna el día. Lo que hago cuando miro Instagram o Facebook no se parece nada a leer un libro.

Recibimos información pero no la procesamos. Es una forma de pasar el tiempo, no de vivirlo. La lectura, del tipo que Birkerts defiende apasionadamente, se basa en nuestra sensibilidad vertical, aunque esté latente, y «donde no asume profundidad, la crea”.

El privilegio de la desconexión

El texto de Birkerts nos invita a aventar cualquier dispositivo por la ventana cerrar nuestras cuentas en redes sociales y retomar la escritura de cartas de inmediato, pero ¿podemos? 

En los 90’s la tecnología era “lo que todos querían”, el símbolo del estatus era la hiperconectividad, los estereotipos estaban acompañados de personajes con computadoras portátiles, teléfonos celulares y audífonos que indicaban que las personas estaban en la cumbre del éxito. 

Hoy es totalmente lo contrario, los grandes millonarios viven alejados de las grandes urbes, están “más conectados” con la naturaleza, pero nosotros los simples mortales tenemos que encontrar espacio para “hacer contenido” contestar ese WhatsApp de mamá que me escribió hace dos días, responder los correos electrónicos que son “muy importantes” y mandarle los reportes al jefe. 

El paraíso es ese lugar en el que de verdad podemos desconectarnos y abrazar la lectura vertical. 

A medida que voy creciendo, me siento cada vez más atraído por leer para pasármela bien. Mi relación con los libros ha cambiado, y mi retención no siempre es tan buena como cuando tenía veinte, pero todavía puedo encontrar, escondido entre las páginas lo que Birkerts llama el: 

time of the self… deep time, duration time, time that is essentially characterized by our obliviousness to it.”. 

El privilegio de la lectura, el privilegio de cualquier encuentro con el arte, es que este tiempo pasado no me abandona cuando levanto la vista del libro que tengo en el regazo: se prolonga, un minuto o un día

“Me permite decirle a un amigo que estoy leyendo El buen soldado mientras caminamos juntos por la calle”, escribe Birkerts. “De alguna manera, estoy leyendo la novela mientras camino, tomo una siesta o conduzco a la tienda por leche”.

Desafortunadamente, esta cualidad de zumbido también se aplica a al consumo de contenido digital. Si he pasado demasiado tiempo en Tik Tok, esa experiencia también se aferra a las horas siguientes. La pantalla aparece ante mis ojos cerrados; mis pensamientos vibran con la frecuencia con la que consumo contenido.

Cuando leo a Ted Chiang imagino puertas del tiempo imaginarias que me permitirían encontrarme con mi yo del pasado o del futuro mientras me baño. “Cuando una obra obliga a la inmersión, a menudo también tiene el poder de inquietar desde la distancia”, dice Birkerts, y cómo desearía que esta inquietud de lector fuera el único lugar que dispara mis pensamientos. No lo es: se filtran comentarios y profundas reflexiones de influencers que rara vez tienen algo que decir. 

A través de las palabras de la pantalla, ruido de famosos con oligofrenia, necedades, odios y de idioteces, de tanta —¡tanta!— mala escritura.

Pero tal vez cuando la necesidad –de desconectarse– sea lo suficientemente fuerte, buscaremos la palabra en la página y el trabajo que nos devuelva al campo de fuerza del tiempo profundo”, dice Birkerts. “El libro, y mi optimismo, como pueden sentir, no es inquebrantable, será visto como un refugio, como una forma de desconectarse y entrar en un espacio santificado por la subjetividad”. Por extraño que parezca, aquí, en la mitad de 2023, mi optimismo es fuerte. Me parece claro que la necesidad de desconectarnos es lo suficientemente fuerte, es tan fuerte como siempre lo ha sido y siempre lo será, por el floreciente placer corporal de leer algo que nos sacuda el espíritu.

Resonancia: no hay sabiduría sin ella”, escribe Birkerts. “La resonancia es un fenómeno natural, la sombra de la importancia junto al cuerpo de hecho, y no puede florecer excepto en el tiempo profundo”. Pero el tiempo se siente especialmente superficial en estos días, todo el tiempo nos enteramos de nuevos horrores, nuevos “hechos que no podemos pasar por alto”. Pasan las semanas y es posible que veamos a los amigos solo a través de los espejos de la casa de la risa de TikTok e Instagram y sus llamadas historias, diseñadas para desaparecer. No queda ni la pretensión de permanencia: refrescamos y refrescamos cada pestaña, y no nos saciamos. ¿Qué estamos esperando? ¿Qué esperamos encontrar?

Lo sabemos perfectamente bien: recordamos, aunque sea vagamente, el estado interior que satisface más que la gratificación instantánea de y sabemos que no está aquí. 

Aquí, en Internet, hay un espacio de ninguna parte, un tiempo corriente y superfluo. Pero con un libro, nos sumergimos; somos absorbidos; estamos sumergidos, en cuerpo y alma. “Tenemos en nuestras manos una forma de cortar contra el impulso de los tiempos”, asegura Birkerts. “Podemos resistir la tendencia de hojear y profundizar; podemos restaurar, aunque solo sea por un tiempo, la suposición de coherencia que se desvanece. La belleza del compromiso vertical es que no tiene que argumentarse por sí mismo. Es autónomo, un cumplimiento”.

Este texto se publicó originalmente por Mairead Small Staid quien es poeta, crítica y ensayista. Maximiliano Rosete decidió de manera arbitraria intervenir este texto tomando en cuenta que las condiciones de Maired, son muy distintas a las de un editor del tercer mundo.

La intervención de este texto se realizó tropicalizándo un poco el texto no tanto en el fondo, más bien en la forma.