La cultura es algo que atraviesa todas las esferas de la vivencia humana, por lo que abarca, desde lo que comemos, hasta el idioma que hablamos, pasando evidentemente por dónde vivimos, cómo vestimos, cómo nos relacionamos con los demás, en qué/quién creemos. Pero también se refleja en ideologías, ya sean religiosas, de género o políticas. Nada se le escapa.
Como el bando político (izquierda/derecha), o el seguimiento a un partido, es en sí mismo un rasgo cultural, la elección de ellos, define los valores de quiénes somos como ciudadanos.
Esto significa que el proceso electoral es una disputa cultural, en donde dos o más ideologías se enfrentan democráticamente para tomar el control de un país. Los candidatos no abogan por los ciudadanos; abogan por aquellos afines a sus propios intereses culturales, porque al final de todo, ellos mismos también son ciudadanos, y como tal, pertenecen a un sector socioeconómico e ideológico específico.
No sólo responden ante las necesidades de su grupo social, sino que lo representan ante el mundo como la cara de una nación. Pero, ¿qué sucede cuando los candidatos no representan culturalmente a nadie?
La falta de pertenencia a una cultura es un rasgo que Byung Chul Han destacó del sujeto contemporáneo a quien describe como un turista hipercultural. Metafóricamente hablando, es un personaje que lleva consigo una linda playera hawaiana, una cámara fotográfica colgada al cuello y una maleta. ¿A dónde se dirige? Realmente a donde él quiera. A través de la hiperglobalización del conocimiento, y por medio de los mass media, tiene a su disposición lo que él desee. Es un caminante del mundo.
La tecnología le ha permitido ser miles de personas y estar en muchos lugares al mismo tiempo. Conoce otros países abriendo una ventana en Google y buscando las noticas de China; vive en México, pero va a restaurantes coreanos a comer kimchi, y porta ropa hecha en Dubái o Indonesia. Por tanto, la cultura, no sólo caracteriza a aquellos que la viven originariamente, ahora puede ser apropiada, consumida y absorbida por quien sea en cualquier momento.
El claro ejemplo del cambio de la cultura a la hipercultura, lo podemos encontrar en el discurso racista y xenófobo de las caricaturas viejas norteamericanas que lograban construir y replicar una imagen caracterizada por rasgos que parecían, no solo muy evidentes de una cultura, sino también históricos, ligados a un pasado mítico.
En este sentido, Speedy Gonzales representaba la idea que tenían los norteamericanos de cómo era un mexicano, mientras que, para los mexicanos, Homero Simpson representaba a un norteamericano promedio.
Dentro de estas sátiras se lograba exponer una identidad cultural, que brindaba una barrera de diferencia la una con la otra, ya sea por la vestimenta, lenguaje, economía o por el territorio que habitaban. La cultura de estos personajes creaba contenidos heterogéneos que se superponían y se atravesaban; pero el tema es que han pasado casi cincuenta años desde su creación… (mucho más en el caso de Speedy Gonzales) y el mundo ha cambiado radicalmente.
Ahora los límites culturales, cuya forma está determinada por su autenticidad u originalidad cultural, se han disuelto convirtiéndose así en hiperculturas. Toda esta esfera cultural solía verse como si de un libro se tratara: un texto lineal, amplio, pero delimitado; ahora, en la hipercultura, ese texto se ha convertido en hipertexto. Ya no sigue una línea definitiva, no existe un horizonte, ahora cada cultura crea un puente que lleva a otros, y no tienen final, creando mezclas amorfas en cada individuo cultural.
Cada aspecto extraño que caracterizaba al otro e identificábamos con otras regiones del mundo a través de los medios, ahora nos atrae e invita a apropiárnoslo. En vez de generar una lejanía, crea conexión y diálogo, donde las culturas hablantes son superadas por quienes las usurpan.
Entonces, habría que preguntarnos, si Speedy Gonzales fuera un producto hipercultural, ¿seguiría usando huaraches, vistiendo atuendo de jarocho y portando un sombrero? ¿o calzaría unos converse clonados en China, usaría un jersey de futbol del Barcelona con el nombre de Messi y estaría escuchando k-pop mientras sale de un restaurante de kebabs?
En ese sentido, ¿cómo podría el medio político satisfacer las necesidades identitarias contemporáneas que el turista de camisa hawaiana puede querer, si no es a través de la producción de candidatos «abiertamente» hiperculturales? Para Han, simbólicamente hablando, todos somos potencialmente ese turista; y en estas elecciones del 2024, hay al menos una candidata que representa al político hipercultural.
El político que no tiene memoria y que porta todos los colores. Que representa a la derecha, pero también la izquierda; a esa izquierda que hasta ahora se caracterizaba por resistir y confrontar a la derecha; que termina por no representar a nadie. Que unifica todos los discursos a pesar de que se contradigan entre ellos. Que es whitexican pero asegura tener un pasado indígena. Que es neoliberal pero no habla inglés. Que viste grandes marcas, pero masca chicle.
Los ciudadanos, a quienes los candidatos pretenden abordar con su discurso político, también son individuos sociales que llevan consigo una mezcla de culturas. Son en sí mismos turistas hiperculturales.
No se encuentra a sí mismo en la simbología local, solo absorbe y absorbe, al igual que en un loop, todo lo nuevo que encuentra en las redes sociales. Sus inquietudes no son las de su país, sino las de todo el mundo; su crítica no es solo hacia su región, sino a la de otros. Se siente extranjero en su mismo territorio. Está inmerso en una realidad donde la visión de su misma forma de ser es contradictoria.
No le importa a dónde va, si no estar yendo y ya, cualquier lugar es para residir y no habitar, la hiperrealidad la ha brindado un sostén, elástico como goma y resistente como metal, bajo una supuesta cosa llamada “libertad”. Sin embargo, a pesar de su hiperculturalidad, el ciudadano promedio tiene una identidad política muy clara. Identidad que no se refleja en el político hipercultural. No existe una conexión con él; lo único que hay es el capricho de oposición.