Existen dos tipos de felicidad; la que experimentamos cuando somos niños, y un destello de quietud que llamamos felicidad cuando somos adultos.
Había una vez una niña llena de felicidad y amor, con un velo blanco sobre sus ojos que le hacía posible tener una sonrisa que iluminaba habitaciones. Era el tipo de felicidad que los adultos anhelan tener, el tipo de felicidad que pierden cuando las responsabilidades y las noticias mundanas se apoderan de sus mentes. Un día, mientras celebraba su cumpleaños en familia, un amigo cercano a sus padres la llevó a una habitación privada donde le mostró una caja.
—Es un regalo para ti, puedes mirar dentro. Lo vas a disfrutar. — dijo él mirando a la niña con un vacío en sus ojos.
Ella sólo encontró oscuridad, una oscuridad que no vivía dentro de sí, una oscuridad que no reconocía. La consumió. Y en ese momento el velo blanco se fue, le quitó la realidad que una vez conoció y se llenó de miedo.
Pasaron años sintiendo negrura en su interior, y cada vez que el hombre de la caja venía a verla, encontraba la manera de mostrarle en secreto la oscuridad una y otra vez. Ella nunca gritó, ni llamó a sus padres, derramó algunas lágrimas y contuvo su llanto.
Un día, sintió que la alegría que alguna vez había olvidado volvía a ella. Pensó que tal vez si les contaba a sus padres sobre el hombre y la caja, se lo llevarían y alejaría la caja oscura para quemarla. Creía que la caja era la fuente de su miedo, pero cuando finalmente le contó a su padre sobre la caja oscura, él respondió que era el hombre quien poseía oscuridad dentro.
—Pero tú no la has visto, seguramente escuchaste historias de otros niños; no es cierto lo que cuentas.
Ella se resignó a nunca recuperar su velo blanco. Se resignó a no volver a ser feliz.
Después de dos años sin ver al hombre, con 10 años cumplidos, otros adultos comenzaron a llevar la caja oscura. Nunca supieron que ella podía reconocerla, bromeaban sobre la caja y a veces dejaban que la oscuridad arrojara una sombra sobre la niña.
En ese momento ella creía que todos tenían una caja oscura, pero quizá algunos podrían ocultarla mejor que otros. Se obsesionó con otras personas que habían reconocido la oscuridad a temprana edad. Habló con sus amigos y primos sobre la caja oscura y el hombre que se la mostró,
—¿Ustedes la han visto? — preguntó curiosa sin muchas esperanzas.
Quienes la habían visto no sintieron su obsesión, estaban convencidos de que así funcionaban las cosas. Algunos tuvieron la suerte de pasar toda su vida sin ver la oscuridad y sólo oír hablar de ella. La niña no los envidiaba, envidiaba el velo blanco que protegía sus ojos de la oscuridad. Supuso que sólo su padre podía darle ese velo.
A veces entrelaza relatos en conversaciones con su padre tratando de convencerlo de su propia historia. Incluso con lágrimas en sus ojos y los ecos provenientes de su corazón roto, él nunca estuvo dispuesto a colocar el velo blanco sobre sus ojos nuevamente. Anhelaba encontrar una manera de detener la obsesión que nublaba su mente como una tormenta de medianoche.
Ocho años después, con la ayuda de unos guardianes encontró la caja del hombre. Le llevó las pruebas a su padre mientras él le rogaba que soltara su obsesión, y liberara al hombre. La niña, que ahora era una joven, se negó, y expusieron las historias de otras niñas a quienes les había quitado el velo blanco.
Juntas arrojaron al hombre al olvido. La joven, quien siempre esperó que alguien le colocara el velo nuevamente, regresó los velos a las niñas que también los perdieron, dando aquello que siempre espero. Cuando encontró el suyo, estaba muy destruido y lo tuvo que tirar.
Intentó olvidar lo sucedido, pues pensó que con el castigo del hombre podría encontrar la felicidad. Pareció funcionar durante algún tiempo, al menos lo ocultó bien durante algunos años. Entonces la mujer, tuvo una hija, y aunque se llenó de alegría, el miedo la invadió por igual. Una vez más se obsesionó con la oscuridad que había visto en la caja.
Un día se derrumbó por no saber por qué había traído a su bebé a un mundo con tanta maldad. Miró a su hija y le prometió que nunca la dejaría ver la oscuridad mientras viviera, prometió darle el velo blanco tan pronto lo encontrara.
Recordó que el velo blanco se heredaba de padres a hijos y sabía que sería difícil encontrarlo si se había perdido generaciones atrás. Trató de que su padre la entendiera y le rogó que aceptara su historia, pero al escucharla una y otra vez decidió que su hija se había vuelto loca. En las reuniones familiares, a las que ella no iba más, decía que se lo había inventado todo, su familia lo creía todo y la llamaban loca.
Entonces ella se enloquecía y respondía ante sus juicios:
—Si un día la oscuridad llega a sus hijos, espero que les crean. — Con lágrimas en los ojos y el corazón destrozado se fue.
Ella se distanció de su familia tanto como pudo, crió a su hija de la mejor manera que sabía, aunque su mente estaba constantemente nublada por un cielo oscuro y sombras de nubes sobre ella. Con el paso del tiempo las nubes se despejaron y ella tuvo una segunda hija. Sabía que ahora tendría que buscar el velo con más fuerza que antes.
Su padre, quien ahora estaba enfermo del corazón, había sufrido un ataque y mientras agonizaba en el hospital,no dejaba de llamar a la hija del velo blanco perdido. Cuando ella lo vió reposado allí, sintió lástima por él, por la vida que tuvo cuando era niño y el dolor que cargaba. No pudo entenderlo por mucho tiempo pero quería hacerlo para enterrar el dolor que él había sembrado en su corazón cuando no pudo apoyarla. Lo llevó a casa para vivir con ella, quería tenerlo cerca para que nada pudiera lastimarlo. Lo alimentó con una dieta estricta y nunca olvidaba sus medicamentos, hablaba con su médico y lo llevaba a sus citas.
Cuando su padre se sintió mejor, se fue. Ella volvió a trabajar y realizó viajes a su país natal como nunca lo había hecho. Un día su hermana la visitó y le dijo que su padre estaba hablando mal de ella. Afirmó que la mujer del velo blanco perdido nunca estuvo ahí para su padre, que la persona que lo había cuidado era la hermana ejemplar que la visitaba, y no ella. Entonces se alejó un tiempo porque aunque amaba mucho a su padre, su presencia le recordaba del daño que sintió cuando era niña.
A pesar de todo, ella estaba agradecida con su padre y regresó a él. Estaba agradecida de todo lo que su papá hizo por ella, aunque nunca le pudo brindar el apoyo emocional que ella tanto pidió. Estaba agradecida de tener sus propias hijas a quienes su padre amó incondicionalmente. Por fin aprendió a soltar eso que le dañaba el corazón y con la calidez llegó junto a la abundancia de amor. Entonces un día un velo blanco cayó del cielo directo a sus manos y la mujer lo cortó en dos, lo colocó sobre los ojos de sus hijas y sonrió porque sabía que su felicidad era REAL.
Al sentir esta nueva paz, deseaba que su padre pudiera perdonar a quienes lo lastimaron. Ella oró al cielo para que él se ganara un velo blanco. Pero su padre no logró soltar el daño que este mundo le causó, era de esos hombres que escondía muy bien el daño causado por la oscuridad. Y en sus últimos momentos le dio la mano a su hija, quien le beso la mano
—Te amo, hija, vas a estar bien — y su padre se fue.
El velo blanco cayó sobre él, justo antes de tomar su último suspiro.
La noche de su funeral, ella reconoció en el rostro de su padre el velo que mucho tiempo pidió para él.