La literatura nos regala un sinfín de cosas, el principal regalo quizá sea la posibilidad de retratar el mundo que nos rodea, nos brinda la capacidad de situarnos en nuestra realidad y purgar una posible asfixia social en las páginas. Los mares de papel han sido testigos de historias personales a lo largo de los siglos y eso nos mantiene vivos, nos conecta y nos humaniza para intentar hacerlo mejor.
Ya sea un evento específico o una liberación emocional, la pluma es víctima y verdugo, pero nada de eso sirve si no nos enfocamos en tres cuestiones cruciales: contexto, atmósfera y construcción de personaje; son la sazón de toda historia, los ejes centrales de que algo no enganche o que cerremos el libro.
Pero, ¿qué pasaría si la historia se vuelve tan real… tan cercana que no podemos echarla debajo de la alfombra? ¿La abrazamos e integramos o corremos lo más lejos posible? Porque una incómoda verdad universal es que no somos buenos aceptando la teoría del espejo: si resuena en algún grado es porque en realidad está dentro de nosotros. Existen muchísimas obras que abordan estos temas, la irremediable necesidad de reconocer nuestra sombra, la parte más baja del ser humano, pero para efectos de este blog, hoy sólo abordaremos dos.
La manera más contundente de describir Temporada de huracanes es ‘excepcional’; entre sus páginas encontramos crudeza, honestidad y sensibilidad… pero esa sensibilidad sale de lo convencional, no es una miel descontrolada. Melchor suprime la condescendencia en sus letras y nos recuerda algo importante: ni la tragedia ni los huracanes esperan, aparecen de pronto y arrasan con todo.
En ocho apartados las frases se agolpan sin tregua ni puntos… este juego gramaticalmente disruptivo al estilo de Saramago permite que los hechos pasen tan irrevocablemente como las páginas. El centro de atención es ‘La Matosa’, una comunidad que comparte destino con tantas otras del país, el de las violencias estatales que engloban tanto estrategias del crimen organizado como las gubernamentales, el epítome del horror contemporáneo.
Y es que la pluma de Fernanda va a la yugular, engarza las vidas individuales a un contexto colectivo y totalmente entrópico. Aquí la principal ausente es la calma, pero todos los sentidos están comprometidos, especialmente la vista y el olfato. Los personajes, como los huracanes, toman el poco sosiego que pueden encontrar de pronto como un preámbulo de la tormenta y sucede justo cuando se encuentran en el centro, en su propio ojo.
Estos personajes reclaman su derecho al reconocimiento, a la visibilización de su existencia en un mundo que los obliga a resistir desde su voluntad. Luismi, Norma, La Bruja, Brando y Munra -sólo por mencionar algunos- juegan a la balanza con su presencia que oscila entre cuerpo y sombra, entre perseverancia y fortuna; la muerte, la drogadicción, el abuso, la misoginia, la homofobia, la discriminación, la pobreza y el narcotráfico enmarcan el contexto de sus vidas.
Temporada de huracanes dista mucho de ser una obra moralista o victimizante, pero como un accidente aparatoso, saca al lector de la indiferencia y lo obliga a enfrentarse a su propio cinismo. Una tragedia que modifica la óptica y la cambia del héroe tradicional a las personas anónimas aparentemente intrascendentes, que hacen palidecer a cualquier epopeya… así logra que el eco del grito se escuche en la tormenta, así volteamos a ver a los invisibles.
Palaniuk apuesta por otro tipo de anonimato, algo más que un rompecabezas de la psique, su personaje principal siempre se maneja desde la sombra en plena luz. Un hombre que odia todos los aspectos de su vida en general, un oficinista promedio que trabaja para una compañía que vende autos, viaja por todo el país y está, digamos… aburrido.
El destino de su sueldo lo encuentra comprando muebles y en alquilar su departamento. En esta imagen él ha logrado todo lo que, se supone, deberíamos lograr según los estándares sociales. Sin embargo, su vida da un giro cuando conoce a dos personas: Marla Singer -una deliciosa y ruin mujer, una femme fatale– y Tyler Durden, con quien entabla una fuerte amistad. Tras una serie de incidentes, nuestro hombre misterioso termina viviendo bajo el techo de Durden, pero antes le pide un favor: “Golpéame lo más fuerte que puedas.” Esta acción desencadena una serie de situaciones que culmina en un nuevo tipo de vida.
El destino de su sueldo lo encuentra comprando muebles y en alquilar su departamento. En esta imagen él ha logrado todo lo que, se supone, deberíamos lograr según los estándares sociales. Sin embargo, su vida da un giro cuando conoce a dos personas: Marla Singer -una deliciosa y ruin mujer, una femme fatale– y Tyler Durden con quien entabla una fuerte amistad. Tras una serie de incidentes, nuestro hombre misterioso termina viviendo bajo el techo de Durden, pero antes le pide un favor: “Golpéame lo más fuerte que puedas.” Esta acción desencadena una serie de situaciones que culmina en un nuevo tipo de vida.
Sistemáticamente, ¿no orillamos al género masculino a reprimir sus emociones?
Entonces, ¿Cómo las libera?
En 1996, año en que Palaniuk publica esta obra maestra, no se exploraba como en nuestros días la oportunidad de generar espacios de expresión seguros para ellos. Y Chuck se los otorga, porque entre la sangre, el sudor y los gritos se crea la válvula de escape perfecta para la testosterona. Se gesta una hermandad que sobrepasa el efecto inflamatorio de la carne.
En el mundo de las posibilidades, quién nos dijo que la liberación sucede de una forma específica, por qué nos empeñamos en manejar un status quo tan fracturado que no existe posible tiempo de recuperación. La masculinidad del personaje muestra muchas caras, una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde que, además de mostrar vinculaciones reales y digámoslo fuerte -sexo de calidad-, le escupe en la cara al mismo sistema disfuncional que nos atragantan a la fuerza.
El club de la pelea es una oda al eterno abrazo de la sombra y a la comprensión de que, para el ser humano, la única constante es la transformación; la única manera de vivir con dignidad es hablarle a esa parte rota, quizá desde el asiento de un avión, para encontrar nuestra luz interna.
En mi intención de crear un puente entre estos autores descubro un ejercicio balzaquiano donde, en conjunto, nos regalan una nueva Condición Humana, una visión panorámica del mundo que nos rodea hoy, una exploración profunda del desapego de lo efímero y de lo importante que resulta reconciliarnos con nuestros demonios.
Escrito por Jennifer Bravo