Para los amantes de la lectura como yo, encontrarnos con ESE libro que sienta precedente, que lo cambia todo y que redefine la manera en que, de manera particular, cada uno de nosotros observa la literatura, sucede pocas veces en nuestra vida. Para mí, esa obra fue Stoner de John Williams; les confieso: la culpa de que esa obra se cruzase en mi camino no la tuvo ningún catedrático de renombre, sino Instagram y su legión de bookstagrammers que preparan el entorno buscando el consumo desmedido.
Acepto que dentro de la variedad de libros que me han marcado, no recuerdo haber tenido entre mis dedos nada parecido. La premisa es la más sencilla del mundo, me atrevo a decir incluso que ‘de fórmula’: William Stoner atiende la Universidad de Missouri para estudiar agricultura y ayudar con el sostén de la familia y termina cediendo a la vida académica, se casa con una mujer que sin duda no es la adecuada y se convierte en padre. Vive una vida tranquila, digna de un hombre tranquilo, y cuando por fin trasciende, no pasa mucho antes de que su nombre sea olvidado, como es el destino de tantos.
Eso es todo el nudo de la obra, estructuralmente no hay más. Pese a ello, la experiencia de sumergirse entre sus páginas recae no en lo que sucede, sino en algo mucho mayor. John Williams creó una obra de arte gracias a su personaje principal: William Stoner. En él existe una suerte de identificación universal, ante cada pena y problema, el refugio se encuentra en los libros.
Su matrimonio surge torpe, pero de pronto se reconoce enamorado y su paternidad llega por decisión unilateral de su mujer, es entonces donde observamos por primera vez tanto su vulnerabilidad como su determinación… todo gracias al amor por su hija, Grace.
Gracias a ella, Stoner acepta y ejerce con amor la paternidad, generando un lazo único como pocas veces se plasma en la literatura. Edith, la esposa, se vuelve cada vez más detestable con el pasar de las páginas, finalmente logra su separación jugando el papel de una mujer fuerte y aspiracionista, sólo por el bien de las apariencias, así se declara en afrenta directa con William y le lanza una estocada de la que nunca se recupera.
Stoner fue escrita en 1965 y reeditada en 1972. Aunque fue olvidada durante décadas, esta novela sobre la integridad y la renuncia, se corona con el mayor verdugo de todos, el inevitable paso del tiempo. El desarrollo de la psique para intentar comprender los estragos de la historia, halo que rodea la obra para situarnos en momentos estelares, va de la mano con la idea de la fragilidad. Es un canto a la dignidad y un llamado a entender que es dentro de esta misma fugacidad donde se debe buscar, a toda costa, experimentarlo todo… experimentarlo siempre… experimentarlo por completo.
Un himno a la belleza en pequeños gestos cuya lectura reconforta a tal grado que nos invita a volver a él cuantas veces lo deseemos, que nos demuestra que el amor puede encontrarse a cualquier edad, que la pasión es un móvil poderoso, que se pueden romper ideas sobre la paternidad, y que en efecto, casi todas las respuestas de la vida residen en los libros. Stoner nos recuerda que la única constante de la vida es la pérdida y el desapego; amigos mueren, hijos crecen, hay amores imposibles… pero los libros, esos son eternos y sus respuestas inmortales.
Es una novela perfecta, como una loa a instantes de quietud y paz que nos enseña perfectamente la función de la literatura, el conducto infinito e incansable para la vida que puede tornarse entrópica, una puerta para el autoconocimiento y el crecimiento, una prosa conmovedora que arrebata el aliento mientras alimenta el alma.
Stoner toma al lector de la mano y le muestra, a través de su experiencia, que la vida no se repite y resulta imperante vivirla con intensidad, rodeados de conocimiento y ejerciendo nuestras pasiones porque esa es, quizá, la mejor manera de irse.
Escritor por Jennifer Bravo