Al yo de medianoche, que rompió estas hojas para escribirte.
Que se recuesta, incómodo, en esta cama dura, para conocerte mejor; para saludarte.
Que me (te) conoce mejor que nadie y que se oculta de todos.
(Que aparece de noche)
Al yo de medianoche, silencioso y pensativo que ahora te busca.
¿Por qué te busca?
Para encontrarte
(Y encontrarse en el intento).
A ese yo de las orillas, de las esquinas; al de las batallas perdidas,
al del margen, del pie de página.
Anda, corre; ve a conocerlo (conocerte), que yo iré detrás,
cargando los éxitos, las medallas, las costumbres, los modales, las expectativas.
Tú que te atreves, que vistes de lágrimas transparentes,
que eres valiente.
¡Ay, mi yo de medianoche! Tan olvidado y tan necesario,
llévame contigo, que yo también quiero verte y saludarte.
Verte así, dormitando y silencioso. Sin adornos.
Así como eres
(Como somos).
Quiero verte y contagiarme de tu dolor, de tu honestidad,
de tu desnudez.
¡Que no nos descubran! ¡Que no nos vean, dulce compañero!
Que no hay vulnerabilidad más profunda que la sinceridad,
ni más efímera que la tristeza.
A mi yo de medianoche, que te busca con desesperación,
¡enséñame a encontrarte!
Que yo estaré (estoy) aquí esperando, viéndote, sentado;
con la tinta fresca y el papel rayado reposando,
ocultando tus tesoros, esperando a que (por fin)
termine este martirio.
A que, finalmente,
solo por un instante,
por un segundo,
fugaz,
que nos sabrá eterno,
llegue la medianoche.
