Abigael Bohórquez, nuestro bastardo disidente

En 1955, como discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, José Gorostiza presentó sus “Notas sobre poesía”. En ellas, el poeta tabasqueño hablaba de un rejuvenecimiento de la poesía de la mano de una nueva generación de autores que huían “de lo declamatorio y lo operático”. A diferencia de su generación, el “grupo sin grupo”, como lo llamó Villaurrutia, que habían vivido una “orgía de la musicalidad” heredada de Amado Nervo y López Velarde, Gorostiza decía que los poetas jóvenes se resistían a ser esclavos de esa musicalidad, de una prosodia que lamentaba no haber desdeñado lo suficiente. 

Ese mismo año, un poeta sonorense de apenas 19 años publicó “Ensayos poéticos”, con la que inició una carrera literaria que volvería proféticas las palabras de Gorostiza y que rejuvenecería la poesía mexicana, aunque nadie lo supo. 

Abigael Bohórquez nació como Abigail Bojórquez el 12 de marzo de 1936 en Caborca.
Nació bastardo, hijo de una madre de “soltería violentada”.

«Sofía Bojórquez García 

supo entonces su burla, 

le taparon la boca 

y fui mi huérfano, mi bastardo, el hijo de limosna 

en un pueblo lleno de saliva.» 

Para cuando Goristiza leyó su ensayo en la Academia Mexicana de la Lengua, Bojórquez ya había ganado un concurso de poesía en San Luis Río Colorado, había publicado sus primeros 24 poemas con un tiraje de 300 ejemplares y había llegado a la Ciudad de México donde escribiría gran parte de su obra y viviría los siguientes 30 años. Sin embargo, muy seguramente no era uno de los jóvenes poetas en quien pensaba Gorostiza, no solo porque sus “Ensayos poéticos” tenían una marcada influencia decimonónica, que en ocasiones bordeaba el plagio, y que lo llevaron a rechazarlos durante su madurez literaria, sino porque durante toda su vida Bojórquez nunca fue incluido en ninguna antología, catálogo o canon, nunca militó en una corriente o generación ni se apegó a algún manifiesto poético. 

Bojórquez fue siempre un disidente, un excluido, un underground, un poeta de lo excéntrico y de los márgenes no solo físicos (vivió en Chalco y Milpa Alta), incómodo, políticamente incorrecto cuando la frase significaba algo, un poeta del desierto, un poeta de la resistencia. 

«Prefiero ser poeta anónimo del siglo XX, 

que será valorado en el siglo XXI, 

que estar en la boca de nadie que no sabe leer.» 

Bohórquez fue incómodo hasta con su nombre. Se cambió el Abigail por el menos femenino Abigael y el Bojorquez por Bohórquez porque “la jota soy yo”, dijo alguna vez. Nunca ocultó su homosexualidad y muchos de sus mejores poemas son aquellos en los que explota el homoerotismo en extremos que van de lo lírico hasta lo escatológico. 

Como en “Los dulces nombres”: 

«No bastó que el silencio confirmara 

sus nervuradas mocedades. 

Ni bastó que la luz enjazminase 

sus pendulares 

atributos.» 

y en “Poemas pocholochalcas”: 

«Dicen que tenías algo que darme 

pero te dio por rematarlo 

en el esfínter más guango del ejido.» 

A la sexualidad se suma el tema social, presente desde “Fe de bautismo” (1960), al que él consideraba su primer libro. Por ejemplo, así habla de la muerte de un caballo: 

«Como muchos fue del capitalismo siempre víctima, 

porque se lo comieron poderosos, 

lo mataron poderosos.»

En ese mismo libro publicó uno de sus mejores poemas, “Llanto por la muerte de un perro”, con frases como: 

«Mi perro no envidiaba ni mordía, 

No engañaba ni mordía. 

Como los que no siendo perros descuartizan, 

(…) 

al obrero, 

al empleado, 

al mecanógrafo.» 

Durante toda su estancia en la Ciudad de México, Bohórquez trabajó en el servicio público, desde la Secretaría de Relaciones Exteriores hasta el IMSS, como mecanógrafo y promotor cultural. “Logré pasarme veintiséis años en las cavernas Estatales trogloditándome”, escribió. 

Pero ni su trabajo (o precísamente por eso) lo detenían de publicar poemas como “Día Franco” en pleno régimen priista , en donde escribe: 

«En Tlatelolco, un día Cuauhtemoc 

fue a llevarle ajolotes a su 

abuelita qué gran hocico tenéis 

gustavito qué enormes dientes tenéis» 

Sin embargo, disidente dentro de la disidencia, Bohórquez no fue tampoco un poeta de izquierda. Gerardo Bustamante, uno de los mayores estudiosos de Bohórquez, sostiene que el poeta fue intencionalmente excluido por Carlos Monsivais de su Antología de poesía, luego de que “le recriminó su actitud de intelectual de izquierda”. 

En una de sus únicas lamentaciones por su exclusión del panorama literario mexicano, Bohórquez dice: 

«Sé por qué me sepultan, 

pero han crecido mis uñas y este lápiz 

para garabatear o rasguñar 

(…) 

saben que desciendo de otra raza de bestias,

de gruñido distinto; 

pero se siente gacho.» 

La disidencia de Bohórquez se extendió también al lenguaje, y es quizá ahí donde alcanzó la cima literaria, lo que lo convirtió en un poeta de culto que sigue influyendo a los poetas jóvenes tres décadas después. 

Toda la obra de Bohórquez está llena de neologismos, arcaísmos, indigenismos y “abigaelismos”, como los llamó Octavio Campa Bonilla. 

A esta última categoría pertenecen sus verbos sustantivados (de entrares y salires se volunta), o sus sustantivos verbalizados (léñame, balsamízame, empavésame, engaviotiza), sus palabras compuestas (entrambasaguas, entrambazarpas, clarosojos). En algunas de estas últimas, mezcla adjetivos, sustantivos, verbos, adverbios y preposiciones, como apunta el poeta Mario Bojórquez. Un ejemplo son los versos finales de “Los dulces nombres”: 

«Desértica, 

dulcanácar, 

salilunar, 

florángela, 

pastoreazul, 

plenifrutal, 

fulgidasol, 

acontrañil, 

blanca y sola 

la playa» 

Pero además, Bohórquez hacía todo esto combinando arcaísmos, pochismos, slang, caló, español, portugués, inglés, náhuatl y lo que se le ocurriera. 

Un ejemplo está en Navegación en Yoremito (1993), una obra irrepetible y quizá una de las cumbres de la poesía mexicana del siglo XX. 

En uno de los primeros poemas, mezcla versos alejandrinos, español antiguo, amor homosexual, pasión desenfrenada, dobles sentidos, sustantivos verbalizados, neologismos derivados del inglés, latín y slang chilango, en lo que resulta toda una declaración de intenciones. Pura estética camp. Puro Bohórquez: 

«De amor echele un oxo, fablel’e y allegúeme; 

non cabules –me dixo–, non faguete fornicio; 

darete lecho, dixe, ganarás tu pitanza. 

La noche apenas ala, de cras en cras cuerveaba 

sus mozos allegándose a buscar la mesnada.» 

Navegación en Yoremito es además uno de los mejores registros líricos de la homosexualidad en el México del siglo pasado y uno de los muchos que escribió Bohórquez. Hizo lo mismo en En Digo lo que amo (1976), donde desde los títulos de los poemas parodia el lenguaje jurídico con el que la homosexualidad se perseguía como un delito: “Cargo”, “Aprehensión”, “Descaración previa”, “Reconstrucción del lecho”, “Cuerpo del deleite”, “La mentación” y por supuesto la “Sentencia”, donde concluye: 

«dejadlo al villano pene; 

yendo y viniendo; una vez entrando 

y otra vez saliendo 

por sécula su culorum

Lo hizo también en “B. A. y G. frecuentan los hoteles”, donde incluye 35 poemas breves recordando a sus amantes: 

«Así pues, para finalizar, 

concluyo: 

SEÑOR, 

exonérame: 

yo no he dañado ningún pájaro, 

excepto 

alguno que otro 

de varón

El último ejemplo es Poesida (1996), su obra póstuma y quizá la que prometía darle el mayor reconocimiento, algo que nunca alcanzó a ver. Este poemario, con el que ganó el premio internacional de poesía, de Conasida, fue profundamente satanizado. El testimonio de la vida y muerte de amigos a causa del Sida, un tema novedoso en la literatura mexicana hasta ese entonces, se convirtió en un instrumento más para estigmatizar y excluir al poeta. 

«Estáis muertos. Pero, 

¿en verdad estáis muertos, 

promiscuos homosexuales? 

MUERTOS SIEMPRE DE VIDA.» 

A casi 30 años de su muerte, Bohórquez ha empezado a ganar el reconocimiento que merece. En 2014, se publicó su dramaturgia reunida; en 2016, el Instituto Sonorense de Cultura publicó un gran tomo con su poesía reunida y este año salió a la luz su correspondencia. Se han hecho foros, pláticas y en Hermosillo se le erigió una estatua. 

Pero Bohórquez murió lejos de todo eso, lejos de la élite literaria, solo y pobre, en el cuarto donde vivía en Hermosillo. 

Murió como vivió: disidente. Y al ser recordado, y reconocido, volverá a vivir tal y como nació: bastardo, único. 

«Pero 

he aquí 

que Abigael Bohórquez 

tiene que vivir. 

A como dé lugar, se dice. 

Resuelve. Vuelve a sentar palabra. 

Y premoniza. 

Andando. 

Hoy es día de muertos. 

Y por eso.»